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Crónicas
21/02/2008
Final, más bien triste y aburrido, de la legislatura.
Los diputados y diputadas que no hemos estado en esa batalla absurda de “tú más” y “tú peor”, que es en lo que han convertido en buena medida sobre todo el PP y el PSOE la VIII Legislatura, hemos llegado al final de la misma inmensamente aburridos. Como, creemos, que han llegado buena parte de los ciudadanos y ciudadanas.
El hecho de que el PP se llevara, hace cuatro años, el susto de perder el poder, cuando era lo último que se imaginaba: y el que el PSOE se llevara otro similar por el hecho de llegar al poder cuando era lo penúltimo que se imaginaba que podía ocurrir, han traído, como consecuencia, una legislatura que se ha caracterizado, entre otros extremos, por los siguientes rasgos: una oposición –la del PP- rabiosa, crispada, incapaz de aceptar su derrota y dispuesta por lo mismo a cualquier cosa, por muy absurda que ésta fuera (sobran ejemplos, empezando, si se quiere, por sus posiciones sobre el tema antiterrorista). Y, por parte del PSOE y de ZP, un ir caminando de improvisación en improvisación, sin saber a menudo en qué dirección iba el barco, prometiendo un día una cosa y fallando al día siguiente (que le pregunten al convergente Mas), sin saber muy bien con quién entenderse (que les pregunten a los de ERC e IU en tantas ocasiones), etc.
Así hemos llegado al final de la legislatura. Y así se inició, vaya Ud. a saber cuándo exactamente, sin solución de continuidad, la precampaña que hoy, 21 de febrero, se cierra formalmente.
Nada tiene de extraño que una legislatura así haya desembocado en lo que puede calificarse, con poca exageración, en crisis de nervios de los dos protagonistas principales de la misma: Zp (Zapatero) y Rj (Rajoy). Parece haberles llegado el momento personal, a uno y a otro, de tener que dilucidar finalmente no tanto quién ganó el 13 de marzo de 2004, sino quién perdió. Eso es lo que, a mi juicio, va a pasar, más que nada, el próximo 9 de marzo. Con consecuencias complicadas para uno y otro, me temo mucho.
¿Cómo extrañarse, con este panorama y estos procederes nerviosos, el que la gente esté más bien harta y aburrida, “poco tensionada” como dicen? ¿Podía alguien imaginar que una precampaña, como la que nos han dado, podía desembocar en algún otro puerto que no fuera el del hastío y un notable desentendimiento?
Uno y otro, que han empeñado lo mejor de sí mismos para, por vía de hecho, convertir la monarquía parlamentaria que dice el artículo 1.3 de la Constitución que es la forma política del Estado español en una monarquía puramente presidencialista –relegando no ya al resto de los partidos, sino también a los restantes 370 diputados y diputadas al papel puro de comparsas electorales - son ahora los responsables de esta situación. Si bien todos tendremos que apechugar con ella.
En Euskadi, de todas formas, las cosas son, una vez más, notablemente diferentes. Por el empeño de más de uno. Esa diferencia radica en que, una vez más, existe un intento claro de someter al electorado vasco, justo en vísperas electorales, a una sobredosis de lo que genéricamente podríamos denominar “la violencia y sus diversos efectos derivados”. Está, por un lado, la reaparición contumaz de una violencia callejera recrecida – y ojalá que, aún en su gravedad, no se pase a mayores. Junto a ello, si bien en un plano muy distinto, está la indiscutible crispación que generan hechos tales como la aplicación “a bulto” de determinadas legislaciones, como la ley de partidos, con las consecuencias indiscutiblemente turbadoras del electorado vasco que conlleva necesariamente el, por ejemplo, dejar sin posibilidad de presentación de candidaturas a una parte del mismo.
En ese ambiente polarizado abusivamente en torno a dos figuras en el conjunto del Estado hasta extremos escasamente respetuosos para el resto de los candidatos y, enrarecido y contaminado, una vez más, hasta extremos lamentables, con la violencia como telón de fondo, nos toca jugar a los del PNV.
Mentiría si dijera que en el PNV estamos acostumbrados a ello. No nos cogen de sorpresa, es cierto. Pero tampoco estamos por entender que esto es la normalidad y resignarnos. Por ello, en nuestros escasos mítines de precampaña, lo hemos vuelto a denunciar. Y seguiremos haciéndolo durante la campaña. Para acabar, en todo caso, llamando a la tradicional sensatez del electorado vasco que, una vez más, sabrá distinguir el grano de la paja. Seguro.
Así hemos llegado al final de la legislatura. Y así se inició, vaya Ud. a saber cuándo exactamente, sin solución de continuidad, la precampaña que hoy, 21 de febrero, se cierra formalmente.
Nada tiene de extraño que una legislatura así haya desembocado en lo que puede calificarse, con poca exageración, en crisis de nervios de los dos protagonistas principales de la misma: Zp (Zapatero) y Rj (Rajoy). Parece haberles llegado el momento personal, a uno y a otro, de tener que dilucidar finalmente no tanto quién ganó el 13 de marzo de 2004, sino quién perdió. Eso es lo que, a mi juicio, va a pasar, más que nada, el próximo 9 de marzo. Con consecuencias complicadas para uno y otro, me temo mucho.
¿Cómo extrañarse, con este panorama y estos procederes nerviosos, el que la gente esté más bien harta y aburrida, “poco tensionada” como dicen? ¿Podía alguien imaginar que una precampaña, como la que nos han dado, podía desembocar en algún otro puerto que no fuera el del hastío y un notable desentendimiento?
Uno y otro, que han empeñado lo mejor de sí mismos para, por vía de hecho, convertir la monarquía parlamentaria que dice el artículo 1.3 de la Constitución que es la forma política del Estado español en una monarquía puramente presidencialista –relegando no ya al resto de los partidos, sino también a los restantes 370 diputados y diputadas al papel puro de comparsas electorales - son ahora los responsables de esta situación. Si bien todos tendremos que apechugar con ella.
En Euskadi, de todas formas, las cosas son, una vez más, notablemente diferentes. Por el empeño de más de uno. Esa diferencia radica en que, una vez más, existe un intento claro de someter al electorado vasco, justo en vísperas electorales, a una sobredosis de lo que genéricamente podríamos denominar “la violencia y sus diversos efectos derivados”. Está, por un lado, la reaparición contumaz de una violencia callejera recrecida – y ojalá que, aún en su gravedad, no se pase a mayores. Junto a ello, si bien en un plano muy distinto, está la indiscutible crispación que generan hechos tales como la aplicación “a bulto” de determinadas legislaciones, como la ley de partidos, con las consecuencias indiscutiblemente turbadoras del electorado vasco que conlleva necesariamente el, por ejemplo, dejar sin posibilidad de presentación de candidaturas a una parte del mismo.
En ese ambiente polarizado abusivamente en torno a dos figuras en el conjunto del Estado hasta extremos escasamente respetuosos para el resto de los candidatos y, enrarecido y contaminado, una vez más, hasta extremos lamentables, con la violencia como telón de fondo, nos toca jugar a los del PNV.
Mentiría si dijera que en el PNV estamos acostumbrados a ello. No nos cogen de sorpresa, es cierto. Pero tampoco estamos por entender que esto es la normalidad y resignarnos. Por ello, en nuestros escasos mítines de precampaña, lo hemos vuelto a denunciar. Y seguiremos haciéndolo durante la campaña. Para acabar, en todo caso, llamando a la tradicional sensatez del electorado vasco que, una vez más, sabrá distinguir el grano de la paja. Seguro.
Nuestros Autores
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Aitor Esteban