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Crónicas

15/12/2006


DEL BURGO, O MAYOR OREJA BIS.

Tengo la impresión de que, en los últimos tiempos, el fin de año se vive entre nosotros como si fuera el fin del mundo. En las empresas, las administraciones públicas y hasta en los centros educativos, las últimas semanas del año suelen incubar un irrespirable clima de apremios, prisas y urgencias, donde todos viven con angustia la necesidad de liquidar en plazos improrrogables los asuntos que llevan entre manos. El trabajo se amontona, el tiempo escasea y los nervios afloran. Parece imponerse la absurda persuasión de que todo aquello que no se resuelve antes de concluido el año, se convierte en algo definitivamente irresoluble.




En esto, el parlamento no es una excepción. Y esta semana, que precede a la que rematará el periodo de sesiones, ha sido un ejemplo elocuente y gráfico de lo que constituye una agenda sobrecargada. Son, pues, muchos los asuntos y debates en los que hemos tenido que participar en el Congreso de los Diputados. Pero me parece que hay uno que destaca notablemente sobre los demás. Me refiero a la irresponsabilidad con la que Jaime Ignacio Del Burgo ha hecho posible que decaiga (y, por tanto, ni se debata, ni se vote) una moción en la que, una vez más, blandía el tópico de la necesidad de liberar a Navarra de las feroces garras del nacionalismo vasco. El diablo de los navarristas.

La semana anterior, Del Burgo interpelaba al Gobierno si estaba o no dispuesto a vender Navarra a los nacionalistas. Su tesis no era nueva. Se limitaba a hacerse eco de las alarmas que la prensa conservadora viene difundiendo en los últimos tiempos cuando acusa al PSOE de estar poniendo en almoneda el Estado. Por lo demás, es sobradamente conocida la obsesión antinacionalista de Del Burgo. Para él los ciudadanos navarros de ideología nacionalista vasca son (y, lo que es aún más grave, deben seguir siendo) ciudadanos de segunda; es decir, ciudadanos obligados a pagar impuestos y a cumplir las leyes, pero inhabilitados para gobernar. Porque eso, y no otra cosa, es lo que Jaime Ignacio deja traslucir cuando habla de entregar Navarra a los nacionalistas. Como si los nacionalistas de Navarra no tuviesen la misma legitimidad que él para presentarse a las elecciones y participar en el juego de alianzas orientado a formar gobierno.

Del Burgo reprodujo en su intervención la mayoría de los argumentos que el PP viene utilizando para criticar la gestión que el Gobierno está haciendo del proceso de paz. Pero concluyó su discurso expresando el temor que sentía ante el hecho de que, en las próximas elecciones, pudiera producirse un relevo en el Gobierno foral. Un relevo en el que, obviamente, UPN había de perder las poltronas que viene ocupando en el ejecutivo de la comunidad. Fue una pena que reservase ese punto para el final. Si hubiese comenzado con esa reflexión, todos hubiésemos entendido mejor el sentido de su interpelación. Es eso lo que de verdad le preocupa.

Pero la bomba se produjo cuando, llegado el momento para la defensa de la moción, la presidencia de la cámara invitó tres veces a Del Burgo a que saliera a defenderla y pudimos comprobar que no estaba presente en la sala. La moción decayó. El gran defensor de Navarra, el ángel de la guarda de la Navarra foral, dejaba, por desidia, sin defender sus tesis en la cámara. El episodio nos recordó al que protagonizó Mayor Oreja cuando, en un inmenso gesto de irresponsabilidad, llegó tarde al Parlamento vasco, haciendo posible la aprobación del presupuesto vasco contra el que tan furibundamente se había manifestado. Genio y hechura.

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Josu Erkoreka

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