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Artículo de opinión

11/05/2013


La crisis económica y algunos excesos del mercado

El Correo


El sueldo anual de 4.000 personas o, si lo prefieren, toda una intensa vida laboral de 100 personas que han trabajado 40 años cada una. Estamos hablando de mucho esfuerzo, de muchos sacrificios y de mucho dinero. Aproximadamente de 88 millones de euros. Lo que el ya exconsejero delegado del Banco Santander, D. Alfredo Sáenz, acaba de cobrar por dejar la entidad a sus 70 años.

Imputado, condenado, indultado y, sobre todo, indemnizado; indemnizado de forma absolutamente escandalosa y vergonzosa. Y lo digo al margen de sus litigios con la Justicia.

Es realmente ofensivo que ello ocurra y se anuncie a bombo y platillo en los medios de comunicación como un acuerdo y una indemnización derivada del mismo. Además, no es equitativo ni justo que este tipo de medidas sirvan para que generaciones y generaciones posteriores puedan y vivan sin trabajar. Va en contra de la igualdad de oportunidades y de la propia democracia. Y en una situación de profunda crisis, de sufrimiento de muchísimas familias o que no pueden pagar la hipoteca y son desahuciadas, o que no pueden llegar a final de mes, o que simplemente están paradas, como lo están más de 6 millones; es decir,  más de 1 de cada cuatro personas que quieren trabajar y no pueden.

Cobrar esas indemnizaciones, y encima anunciarlo, es obsceno. Pero además, ello no contribuye sino a deteriorar aún más, si cabe, lo que denominan la Marca España, por parte de aquellos que precisamente dicen defenderla.

Este caso no es aislado; es bastante común que altos directivos y ejecutivos del sector financiero y no financiero cobren salarios e indemnizaciones que poco tienen que ver con la lógica económica y más se parecen a la apropiación.

Eso no es el mercado, eso es simplemente una vergüenza, y espero que dentro de poco se consideren como los tics de un pasado que con la crisis económica desaparecieron.

No nos equivoquemos, no se trata de que los salarios de los directivos y ejecutivos no tengan que ser acordes con su valía y aportación, e incluso estén ligados a los resultados de la empresa. Lo que quiero decir es que al amparo de lo que algunos denominan mercado, y que no lo es, se apropian de cantidades que a la mayoría de los mortales nos producirían un enorme sonrojo recibirlas.

No hemos oído a ninguno de los ejecutivos o detentores de grandes fortunas decir, como lo ha hecho en Estados Unidos Warren Buffett, que los ricos deberían, en un contexto de crisis, colaborar pagando más impuestos. Aquí lo que leemos es que las grandes patronales exigen reformas laborales para reducir el salario de los trabajadores y reformas fiscales para reducir los impuestos a las rentas más altas.

Sin olvidarnos de que muchos de ellos aparecen en listados públicos por tener sus dineros abundantes en Suiza u otros paraísos fiscales. Toda una lección de patriotismo.

Deberíamos trabajar y no abandonar la tarea hasta buscar un consenso amplio en relación a los sueldos, indemnizaciones, etc., de los altos ejecutivos que podría extenderse al debate sobre los límites a los salarios de los deportistas de élite (mundo del fútbol, etc.) con el fin de sentar unos principios económicos, sí, pero también unos criterios éticos y solidarios que deberían ser aplicables en el futuro.

Es preciso que las propias empresas, financieras o no, establezcan los mecanismos con la mayor transparencia posible con el fin de retribuir a sus directivos. Que los bonus no sean muy superiores al sueldo fijo, y que no estén sólo vinculados a los beneficios a corto plazo, que favorece sólo la especulación, el pelotazo y otras cuestiones desgraciadamente conocidas como el fraude de las preferentes.

Por supuesto, estas restricciones deben ser mayores en los casos en los que el dinero público está salvando los fracasos privados, originados en parte por un nefasto sistema retributivo como es el caso de las entidades financieras que han tenido que ser rescatas por el FROB.

La transparencia, la lucha contra el fraude, la progresividad fiscal, la legalidad, y la ética, entre otros instrumentos, deben servir para corregir estos comportamientos absolutamente responsables e inaceptables hoy en día.

 

AUTOR


Pedro Azpiazu

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